CEREMONIA DE CONSAGRACIÓN DE MARÍA PAGALDAY
Tras un largo de periodo de reflexión, maduración y preparación, MARÍA PAGALDAY ha entrado a formar parte del Orden de las Vírgenes Consagradas.
Lo ha hecho en la catedral El Buen Pastor, en una ceremonia presidida por nuestro obispo, D. José Ignacio y concelebrada por varios sacerdotes, entre los que también estaba el Vicario para las Religiosas y la Vida Consagrada de nuestra diócesis, D. Jon Korta, OFM.
La ceremonia no ha estado exenta de momentos de emoción, entre los que ha destacado el rito de la consagración. Un rito muy antiguo, que se recoge en el siguiente video:
En su homilía, D. José Ignacio Munilla mostró su alegría por la Consagración de la joven donostiarra y llamó a los fieles a centremos nuestra vidas en cumplir el mandato del Señor: "Amar a Dios sobre todas las cosas. Y amar al prójimo como a tí mismo".
LA HOMILÍA DE NUESTRO OBISPO:
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EL ORDEN DE LAS VÍRGENES EN LA IGLESIA:
Desde los tiempos de los Apóstoles, la expresión Virgen Consagrada se refiere a aquellas mujeres que, correspondiendo al carisma evangélico suscitado en ellas por el Espíritu Santo, con amor esponsal, se han dedicado al Señor Jesús en virginidad, para experimentar la fecundidad espiritual de la íntima relación con Él y ofrecer los frutos a la Iglesia y al mundo.
Esta forma de vida evangélica se expresó de forma espontánea en las primeras comunidades cristianas]. Las Vírgenes Consagradas constituían un signo evidente de la novedad del cristianismo y de su capacidad de responder a las más profundas preguntas sobre el sentido de la existencia humana. Por un proceso análogo al de la viudedad de las mujeres que escogían la continencia « en honor de la carne del Señor », la virginidad consagrada femenina adquirió progresivamente las singularidades de un estado de vida públicamente reconocido por la Iglesia.
En los tres primeros siglos numerosísimas vírgenes consagradas sufrieron el martirio por permanecer fieles al Señor: Águeda de Catania, Lucía de Siracusa, Inés y Cecilia de Roma, Tecla de Iconio, Apolonia de Alejandría, Restituta de Cartago, Justa y Rufina de Sevilla.
Cesadas las persecuciones, la memoria de las vírgenes mártires permaneció como viva llamada a la entrega total de sí, como exigía la consagración virginal.
En las mujeres que acogían esta vocación y correspondían con la decisión de perseverar en virginidad durante toda la vida, los Padres de la Iglesia vieron reflejadas la imagen de la Iglesia Esposa totalmente dedicada a su Esposo; por eso se referían a ellas como sponsae Christi, Christo dicatae, Christo maritate, Deo nuptae.
A partir del siglo IV, el ingreso en el Ordo virginum se hacía por medio de un solemne rito litúrgico, presidido por el Obispo diocesano.
En medio de la comunidad reunida para la celebración eucarística, la mujer manifestaba el sanctum propositum de permanecer durante toda la vida en virginidad por amor a Cristo, y el Obispo pronunciaba la oración consecratoria. El simbolismo nupcial del rito se hacía particularmente evidente por la imposición del velo a la virgen de parte del Obispo, gesto que correspondía a la velatio de la esposa en la celebración del matrimonio
Tas el Segundo Concilio Vaticano, en la reorganización de la Curia Romana que se llevó a cabo por la Constitución Apostólica Pastor bonus, el Ordo virginum se situó en el ámbito de competencia de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica.
De esta manera ha sido reconocida de forma explícita por la Iglesia la consagración virginal de mujeres que permanecen en su entorno de vida ordinario, arraigadas en la comunidad diocesana reunida alrededor del Obispo, según la modalidad del antiguo Ordo virginum, sin ser adscritas a un Instituto de vida consagrada.
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