HOMILÍA DEL OBISPO EN LA SOLEMNIDAD DE SAN IGNACIO

1 de agosto de 2016 San Ignacio de Loyola
Queridos devotos y admiradores de San Ignacio… Y aunque en este primer saludo, no me cabe duda de que ya estamos todos incluidos, dirijo un saludo especial a la comunidad de jesuitas que nos acoge y a los sacerdotes concelebrantes, así como a las autoridades civiles que nos acompañan. De una forma especial, dirijo mi saludo al Secretario de la Pontificia Comisión para América Latina, al Dr Guzmán Carriquiry, y a su esposa Lidice, que nos hacen el honor de acompañarnos. Muy queridos todos:
Esta fiesta de San Ignacio se celebra coincidiendo con la clausura de la Jornada Mundial de la Juventud que se ha celebrado en Cracovia, presidida por Su Santidad el Papa Francisco. Esta XXXI edición de la Jornada Mundial de la Juventud ha convocado a jóvenes de distintas naciones del mundo, 187 países contabilizados, escenificando el rostro más bello de la catolicidad. Entre esos peregrinos de todo el mundo, un nutrido número de jóvenes de nuestra Diócesis se han hecho también presentes, y en estos momentos se encuentran realizando su viaje de retorno. Pedimos para ellos la protección de los Santos Ángeles de la Guarda, para que les libre de todo peligro; y de una forma especial, pedimos para que cuanto han escuchado y contemplado en estos días, sedimente en ellos, de forma que se obtengan muchos frutos de esta peregrinación.
¿Cuál ha sido el mensaje clave que el Papa Francisco se ha esforzado en transmitir a los jóvenes de los cinco continentes en esta Jornada Mundial de la Juventud celebrada en Polonia? Obviamente, el mensaje no ha sido único, pero me atrevería a subrayar su llamada a vivir nuestra existencia en intensidad, sin dejarnos arrastrar por la apatía y la desmotivación. Posiblemente, la mayor tentación que se genera en una sociedad del bienestar, es la indiferencia. En nuestros días, confundir bienestar con felicidad es algo frecuente, pero no por ello menos falso. Hemos sido creados no solo para la supervivencia, sino para descubrir y desarrollar el sentido de la vida, siendo protagonistas activos de la historia. En consecuencia, es indispensable sabernos conducir en nuestra vida, sin dejarnos arrastrar por un ambiente aparentemente anónimo, pero claramente teledirigido por determinadas ideologías e intereses económicos.
Lo que nuestro Papa emérito Benedicto XVI –con un estilo más intelectual— denunciaba con el término “relativismo”, o, incluso, “dictadura del relativismo”; el Papa Francisco –con un estilo más vitalista— lo describe como la “indiferencia”, la “indolencia”, o la “apatía”. Pienso que, en última instancia, ambos se refieren al mismo mal moral; ya que el relativismo en los ideales, da a luz a la indiferencia como actitud de vida.
Esta Jornada Mundial de la Juventud se ha celebrado en el contexto del Jubileo de la Misericordia, siendo ocasión para, una vez más, poner en el centro de la vida de la Iglesia el mensaje del amor preferencial por los que más sufren. Lo hemos escuchado muchas veces a lo largo de este año, pero subrayémoslo una vez más: la misericordia es el corazón volcado sobre el mísero (es decir, sobre el que sufre de una u otra forma).
En ese gran bosque de banderas de todas las naciones, enarboladas en estos días por los cientos de miles de jóvenes asistentes a la JMJ, han destacado de forma muy especial las de Siria, Irak, Líbano, Egipto, Nigeria, India, etc; en torno a las cuales los asistentes de la JMJ expresaban su solidaridad de una forma muy destacada. Una vez más, hemos constatado que aunque es obvio que suspiramos por la superación definitiva de la falta de libertad de conciencia que provoca el martirio de los cristianos, su testimonio es para todos nosotros un gran remedio para la sanación del mal moral que sufre Occidente, al que ya anteriormente hemos hecho referencia: relativismo, indiferencia y apatía…
El sacrificio del sacerdote francés, padre Jacques Hame, degollado mientras celebraba la eucaristía, ha sido también –¡cómo no!—uno de los temas más referidos en la JMJ. ¿Acaso su testimonio no es una llamada a revalorizar le eucaristía en la medida en que la hayamos abandonado, devaluado o minusvalorado? Los mártires de Abitinia, en los primeros siglos, prefirieron el martirio antes que abandonar la eucaristía, y de ellos nos ha quedado la siguiente expresión afirmada ante sus verdugos: “Sine dominico non possumus!” (Sin el domingo no podemos vivir). ¿Y cómo es posible que unos cristianos –un sacerdote anciano francés, en este caso— valoraren tanto la eucaristía, y que a otros no les diga nada? ... “El que tenga oídos que oiga”, porque a buen seguro que en estos episodios martiriales estamos recibiendo una llamada de Dios. Como dice la Sagrada Escritura: “Si escucháis hoy la voz del Señor, no endurezcáis vuestro corazón”.
Queridos hermanos: nuestro Santo Patrono San Ignacio lo tendría también muy claro: lo peor es la indiferencia. Baste recordar su máxima: “En todo amar y servir”. Por ello, quiero concluir dando gracias a Dios por este Año Ignaciano que clausuramos, en el que nos hemos preparado para celebrar en el año 2021-2022 el que será el V centenario de la conversión de San Ignacio y su peregrinación a Manresa. Todos cuantos se han puesto en camino a lo largo de este año, unidos a los que continuarán haciéndolo en el futuro (ya que la peregrinación no se limita a los periodos de los Años santos), manifiestan que el corazón del ser humano es inquieto por naturaleza. El colmo de un peregrino es que se “establezca” por el camino, sin llegar a la meta. Del mismo modo, el colmo de un cristiano es que los apegos de la vida le hagan perder la perspectiva del sentido de su vida.
Os deseo a todos cuantos podáis tener unos días de vacaciones, un verdadero descanso, en el cuerpo y en el espíritu. ¡Ojalá aprendamos a descansar en el Señor; auténtica sabiduría del descanso, en la paz del Espíritu!