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LA INDULGENCIA EN EL JUBILEO DE LA MISERICORDIA

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En el siguiente escrito, el delegado del departamento de Liturgia de nuestra diócesis nos explica el significado del Jubileo de la Misericordia y lo que la Indulgencia Plenaria supone, y cómo conseguirla.

                                                                     

 

                                             LA INDULGENCIA EN EL JUBILEO DE LA MISERICORDIA

Un elemento característico del Jubileo es la indulgencia.


Así dice el Papa: «En el Año Santo de la Misericordia ella adquiere una relevancia particular. El perdón de Dios por nuestros pecados no conoce límites. En la muerte y resurrección de Jesucristo, Dios hace evidente este amor que es capaz incluso de destruir el pecado de los hombres. Dejarse reconciliar con Dios es posible por medio del misterio pascual y de la mediación de la Iglesia» (Misericordiae Vultus 22).
«La indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados ya borrados en cuanto a la culpa, que el fiel cristiano, debidamente dispuesto y cumpliendo unas ciertas y determinadas condiciones, consigue por mediación de la Iglesia, la cual… aplica el tesoro de las satisfacciones de Cristo y de los santos» (Pablo VI, Constitución apostólica Indulgentiarum Doctrina, norma 1).

En la carta enviada por el Papa Francisco al presidente del Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización el 1 de septiembre de 2015, detalla los medios mediante los cuales se puede alcanzar la indulgencia del Jubileo de la Misericordia:

«Para vivir y obtener la indulgencia los fieles están llamados a realizar una breve peregrinación hacia la Puerta Santa, abierta en cada catedral o en las iglesias establecidas por el obispo diocesano y en las cuatro basílicas papales en Roma, como signo del deseo profundo de auténtica conversión. Igualmente dispongo que se pueda ganar la indulgencia en los santuarios donde se abra la Puerta de la Misericordia y en las iglesias que tradicionalmente se identifican como Jubilares. Es importante que este momento esté unido, ante todo, al Sacramento de la Reconciliación y a la celebración de la santa Eucaristía con una reflexión sobre la misericordia. Será necesario acompañar estas celebraciones con la profesión de fe y con la oración por mí y por las intenciones que llevo en el corazón para el bien de la Iglesia y de todo el mundo.
Pienso, además, en quienes por diversos motivos se verán imposibilitados de llegar a la Puerta Santa, en primer lugar los enfermos y las personas ancianas y solas, a menudo en condiciones de no poder salir de casa. Para ellos será de gran ayuda vivir la enfermedad y el sufrimiento como experiencia de cercanía al Señor que en el misterio de su pasión, muerte y resurrección indica la vía maestra para dar sentido al dolor y a la soledad. Vivir con fe y gozosa esperanza este momento de prueba, recibiendo la comunión o participando en la santa misa y en la oración comunitaria, también a través de los diversos medios de comunicación, será para ellos el modo de obtener la indulgencia jubilar. Mi pensamiento se dirige también a los presos, que experimentan la limitación de su libertad. El Jubileo siempre ha sido la ocasión de una gran amnistía, destinada a hacer partícipes a muchas personas que, incluso mereciendo una pena, sin embargo han tomado conciencia de la injusticia cometida y desean sinceramente integrarse de nuevo en la sociedad dando su contribución honesta. Que a todos ellos llegue realmente la misericordia del Padre que quiere estar cerca de quien más necesita de su perdón. En las capillas de las cárceles podrán ganar la indulgencia, y cada vez que atraviesen la puerta de su celda, dirigiendo su pensamiento y la oración al Padre, pueda este gesto ser para ellos el paso de la Puerta Santa, porque la misericordia de Dios, capaz de convertir los corazones, es también capaz de convertir las rejas en experiencia de libertad.
He pedido que la Iglesia redescubra en este tiempo jubilar la riqueza contenida en las obras de misericordia corporales y espirituales. La experiencia de la misericordia, en efecto, se hace visible en el testimonio de signos concretos como Jesús mismo nos enseñó. Cada vez que un fiel viva personalmente una o más de estas obras obtendrá ciertamente la indulgencia jubilar. De aquí el compromiso a vivir de la misericordia para obtener la gracia del perdón completo y total por el poder del amor del Padre que no excluye a nadie. Será, por lo tanto, una indulgencia jubilar plena, fruto del acontecimiento mismo que se celebra y se vive con fe, esperanza y caridad.
La indulgencia jubilar, por último, se puede ganar también para los difuntos. A ellos estamos unidos por el testimonio de fe y caridad que nos dejaron. De igual modo que los recordamos en la celebración eucarística, también podemos, en el gran misterio de la comunión de los santos, rezar por ellos para que el rostro misericordioso del Padre los libere de todo residuo de culpa y pueda abrazarlos en la bienaventuranza que no tiene fin».

Las Iglesias en las que en nuestra diócesis se abrirá la Puerta Santa son la Catedral del Buen Pastor en San Sebastián y los Santuarios de Arantzazu y Loiola. Son además Iglesias Jubilares la capilla del Sagrado Corazón de Urgull en San Sebastián y la Capilla del Centro Aita Menni de Arrasate.

Con el fin de no desvirtuar el Año del Jubileo con una comprensión poco correcta de las indulgencias, conviene tener en cuenta algunas observaciones:
Subrayando las palabras del mismo Papa, «es importante que [la obtención de indulgencia jubilar] esté unida, ante todo, al Sacramento de la Reconciliación y a la celebración de la santa Eucaristía con una reflexión sobre la misericordia. Será necesario acompañar estas celebraciones con la profesión de fe y con la oración por mí y por las intenciones que llevo en el corazón para el bien de la Iglesia y de todo el mundo».

En resumen, tres son las condiciones para ganar la indulgencia plenaria: «la confesión sacramental, la comunión eucarística y la oración por las intenciones del Sumo Pontífice». (cfr. Pablo VI, ibíd., norma 7).
El Papa Francisco invita a los fieles a «realizar una breve peregrinación hacia la Puerta Santa –de alguna de las iglesias designadas por el mismo Papa o por el obispo en la diócesis–, como signo del deseo profundo de auténtica conversión».

Las tres condiciones indicadas para ganar la indulgencia plenaria «pueden cumplirse unos días antes o después de la obra prescrita» (Pablo VI, ibíd., norma 8), es decir, del día en que se realiza la peregrinación y entrada por la Puerta Santa. Por profesión de fe se entiende el rezo del Credo; y la condición de orar por las intenciones de Sumo Pontífice se cumple rezando un Padrenuestro y un Avemaría (cfr. Pablo VI, ibíd., norma 10).
En la concesión de las indulgencias la Iglesia actúa como mediadora intercediendo por los fieles que desean conseguir la indulgencia plenaria y aplicando «el tesoro de las satisfacciones de Cristo y de los santos».

Esta intercesión de la Iglesia no se apoya en un “tesoro” que la Iglesia posee por sí misma, independientemente de Cristo, su Señor. Al contrario, en las indulgencias, la Iglesia actúa como Cuerpo de Cristo en quien se nos ofrece el amor gratuito del Padre.

En ese contexto de intercesión eclesial, la actuación del fiel debe entenderse como un proceso de acogida de la salvación de Cristo que nos va liberando de todas las consecuencias del pecado. De hecho, las indulgencias se hacen efectivas allí donde se da y en la medida en que se da una disposición para la purificación y conversión del hombre entero a Dios.
Por ello, no deben presentarse las indulgencias como un modo de lograr la remisión de las penas del pecado, independientemente de nuestra conversión y nuestro amor a Dios, ya que es la caridad la que, en realidad, determina nuestra relación con el Padre. Las indulgencias son, por el contrario, una ayuda para que el pecador penitente alcance ese amor que le permite acoger cada vez con más intensidad la reconciliación de Dios.

No debe hablarse tampoco de las indulgencias como un sustitutivo del sacramento de la Reconciliación. Las indulgencias son, por el contrario, ayuda que permite al penitente vivir el proceso de la reconciliación de una manera más viva, siendo más consciente de todas las consecuencias que el pecado tiene en nosotros, alejándonos de Dios y de los hombres.
Tampoco deben presentarse las indulgencias de manera cuantitativa y matemática como si las relaciones del hombre con Dios fueran de carácter comercial, al margen del misterio del amor gratuito del Padre a los hombres y de la resistencia de éstos a ese mismo amor salvador.